Es el terrible relato de… Doña Manolita (…el horror, el horror…), del que algunos tal vez hayáis oído vagas referencias, a mitad de camino entre lo real y la leyenda, pero que yo, esta noche, armado de valor y con una par de whiskies en el cuerpo, he decidido relataros en detalle para conjurar definitivamente los fantasmas del pasado.
Solía ocurrir una o dos veces durante el verano, a principios de los años setenta… Estábamos entonces todos veraneando en Hoyo de Manzanares, felices, en la casa de “Villa Manolita” (curiosa coincidencia…estaríamos predestinados?), y lo que voy a contar bien podría situarse en cualquier tarde de principios de agosto de, digamos, el año 1973 o 1974. Posiblemente esa tarde habríamos montado en bici en Las Eras, despreocupados o, tal vez, habríamos jugado un parchís-espía con nuestros amigos cerca del pozo de la casa, sin saber lo que se avecinaba.
De repente, todo quedose en calma…una calma ominosa, opresiva; los pájaros dejaron de cantar, el sol de escondió raudo tras la única nube en el cielo y una brisa fría y desapacible –en pleno mes de agosto-- azotaba en la cara hasta el punto de tener que echar mano de una chaqueta o una toalla para abrigarte; en ese instante, caías en la cuenta de que, a tu alrededor y de golpe, reinaba un silencio profundo que auguraba malos presagios… y cuando mirabas al fondo del jardín…allí estaba. En la cancela azul de la finca, intentando abrirla para entrar, con sus ojos vidriosos, su pelo blanco, su traje oscuro, era… Doña Manolita, con su bolsa de ropa.
Doña Manolita era una viejita cuyo origen nadie conoce…solo se sabe que aparecía en nuestra casa durante el verano, portando una gran bolsa con ropa para vender, y después desaparecía sin dejar rastro y sin que nadie supiera su paradero. Supongo que esta actividad, a ella le procuraría unos ingresos adicionales a su, probablemente, escueta pensión de jubilación o de viudedad, que la señora debía tener entonces unos 70 años, aunque es posible que esta apreciación de edad, viniendo del niño-preadolescente que era yo entonces, esté viciada y fuera ella más joven.
Es importante comprender lo que ocurría: Doña Manolita, al final de cada temporada, debía acudir, probablemente, a los almacenes de Madrid más tirados y zarrapastrosos, del tipo de “Saldos Arias” o “Almacenes España”, que ya solo el nombre lo dice todo. Y compraba las mierdas que nadie, –insisto, porque esto es importante-, nadie, se había querido llevar a precios de saldo, porque no estamos hablando de tiendas de moda, no (jajajaja, causa hilaridad pensarlo), sino de almacenes al por mayor y populares, de los de dos pesetas el paquete de cinco camisetas blancas o diez pares de calcetines, entiéndaseme.
Y allí estaba esta señora, ya sentada con mamá en las sillitas plegables de entonces, sacando de la gran bolsa los peores horrores que nunca imaginar podáis: camisas con flores ampulosas de maricón perdido, pullovers cortos y ajustaditos de imposibles colores, jerseys con dibujos inverosímiles, faldas sacadas de la tienda de los espantos… no había nada que se salvara. Pero mamá (entonces todavía no era la abuela Encarna), lejos de arredrarse, lo asumía con verdadero entusiasmo y era cuando yo, inocente preadolescente, oía aterrado, de boca de mi madre, aquello de: “pues esta camisa es muy mona y perfecta para Paolín”… el horror, el horror…
Y claro, las consecuencias eran las que eran. Como las imágenes valen más que mil palabras, aquí os dejo una simple muestra de lo que nos hizo sufrir Doña Manolita.
En esta de arriba, aunque tapada por una extraña chaqueta que supongo también comprada a Doña Manolita, se aprecia debajo una camisa de recuerdo infausto, salpicada de churretones azules, una cosa inexplicable, que llevé durante al menos dos veranos… no hay palabras. Y qué me decís de ese cinturón absurdo, de tres colores, a mitad de camino entre lo patriótico y lo verbenero? Si no fuera para llorar, me reiría…
En esta foto de grupo (arriba), se puede comprobar que no solo yo fui damnificado por este fenómeno aterrador de “Doña Manolita”. Aquí estamos Andrés y yo con sendas camisetitas ajustaditas de colores azul (Andrés) y rojo (Pablo), con toque fosforito o electrificante, una maravilla.
De bujarrón plumífero puede calificarse este polo amarillo (abajo) con rayas azules que me adorna en la siguiente foto, encima con cordoncitos en el cuello, vaya cordoncitos… Y las gafas, qué se puede predicar de esas gafas con las que aparecemos en todas las fotos? Qué pecado hubimos de cometer en nuestras anteriores vidas para merecer este cruel castigo en la actual reencarnación?
Y después está Nita, que se liberó inexplicablemente del horror, supongo que por el hecho de ser chica, aquí la tenemos hecha una San Luis, al último grito de la moda, para que alucinéis:
O en esta otra, en pose sexi y arrolladora, de mujer fatal, la leche, vamos…
Y estos son los trajes de baño de los que nos proveía la buena señora, así estaba toda la familia ataviada...menos mal que no nos veían fuera de casa... o sí? Aquí, Andrés y yo con el abuelo Paco, tiempos felices...
Como colofón os diré que siempre estaré agradecido a aquél compañero de colegio que, viéndome un día con una camisa de flores de las adquiridas a Doña Manolita, se limitó a preguntarme, entre piadoso, sorprendido y angustiado: “pero…¿por qué te pones esa camisa de maricón perdido?” Yo comprendí… y no volví a ponérmela, claro. Gracias, amigo, gracias… eso hizo que fuera abriendo los ojos a lo que Doña Manolita podía convertir mi vida: en un infierno. A quien ha sobrevivido a Doña Manolita nada le puede asustar en esta vida…
Cuidaos mucho, nos vemos en Hoyorredondo dentro de 13 días, en el que promete ser el Halloween más divertido y aterrador de nuestras vidas, abrazos a todos…
Tracktor